Créame cuando le digo que en cierto modo reivindico para mí la gracia inventiva de mi madre. En cierto modo digo, porque así como yo escribía un poema, ella era un poema. Sabrá usted que cada centímetro de mi cuerpo que usé, cada metro de camino que pisé, cada altura a la que ascendí; son distancias inventadas por mi madre, humanas por herencia —aunque las luces y las sombras de los días, las estaciones invasoras, en honor a la verdad, son ajenas a su voluntad—.
Nunca pude componer mi primera canción; ella era el mismo origen de la música.
Inventaba, descubría, revelaba, descifraba, los hilos de la naturaleza, segura de encontrar, a fuerza de moldear los cabos sueltos del destino, el invento más sublime que se haya dado a los hombres desde el día en que Dios inventó a Dios. Ese día llegó. Nos puso a todos detrás de la primera puerta, y colocó su mano en el manubrio. La abrió de par en par. Mi madre inventó la realidad.
1 comentario:
Y qué no le debemos a la madre, sino todo. Un saludo fraterno.
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